lunes, 24 de agosto de 2009

El Chico de Porcelana

Un lustro me separaba del Chico de Porcelana. Ahora, que ya estoy en la base tres, sé muy bien que cinco años más o cinco años menos no separan a dos personas, en absoluto. Pero en aquella época sí significaba mucho para un muchachito virginal de 18 añitos que conocía a un mozalbete de 23 (yo, Nano), que estaba en plena efervescencia sexual.

Yo tenía un kilometraje considerable. Sentía que a más chicos conocía, más amiguitos quería hacer. No había fin de semana que no tuviera éxito en las discotecas, en mis acostumbradas saliditas. Entonces, la diversión era mi consigna.

La primera vez que nos cruzamos fue en una reunión de amigachos para ver un ciclo de películas. No me percaté de él hasta que Little A. y yo nos despedimos del grupo. Recuerdo que, cosa rara entre nosotros, coincidimos en que nos pareció un muchacho re-lindo, a tal punto que los dos lo quedamos mirando mientras avanzaba nuestro carro. Sonrisa tímida, de medio lado. Blanco, muy blanco, con mejillas chaposas, cabello negro y aún con algunos vestigios de la adolescencia. “Es el Chico de Porcelana”, lo bauticé.

Semanas más tarde, coincidimos en una discoteca miraflorina. Yo fui con todas las intenciones de pasarla bien. Pero estaba escrito en que en esa noche conocería más al Chico de Porcelana. Acepté ir con Little A. y un grupo que pertenecía a una comunidad gay universitaria. Era una manchita de cachimbos de discoteca de ambiente acompañados por cuatro chicos en base dos.

Sin darme cuenta mi diversión hedonista del sábado se convirtió en una experiencia pedagógica. Disfrutaba mucho escuchando a los muchachos hablar sobre sus paltas, sus roches y de pronto, quienes recién empezaban a vivir, me vieron como una enciclopedia gay.

Yo les seguía la corriente. No quería romperles ninguna ilusión. Sí, claro, esperen por el chico perfecto para entregarle su amor. Claro, tampoco en su casa van a sospechar, y que en el ambiente es muy fácil cultivar buenas amistades.

De los temas fresas pasaron a temas calientes. ¿Cómo habían sido mis relaciones? ¿Mis parejas? ¿Con qué frecuencia tenía sexo? ¿Dónde había aprendido a flirtear? Sin entrar en detalles, les dije que me había costado muchas caídas, y que estaba en mi etapa de diversión sin resentimiento.

Coqueteos de porcelana
Se fueron a bailar y me quedé con el Chico de Porcelana. Simplemente, me deslumbraba con su inteligencia, y sus posturas entre radicales y rebeldes. Fue una plática de lo más sabrosa. Pasamos de temas académicos a los frívolos. Me confesó que su mamá sabía que era gay y que quería ser activista en algunos años. También me reveló que su vocación era ser DJ, pero que tenía que estudiar una carrera de Letras porque era lo que debía hacer. Años más tarde me enteré que cambió de carrera, de Letras pasó a las Ciencias Sociales.

“Yo he visto tu cara antes. Puedo jurar que he visto tu rostro bello en algún sitio, quizá en la televisión, durante una de las marchas cuando iba a caer Fujimori” El Chico de Porcelana acababa de hacerme sonrojar. Yo no dejaba de reírme. Le decía que cuando iba a esas marchas me vestía bien guerrero. “No me hubiera visto lindo en lo absoluto”, le respondí. Pero la verdad era que me había encandilado con su primer piropo.

Fuimos a la pista de baile y nos juntamos con el resto. Comenzaron las miradas, y los coqueteos. Incluso, en una canción nos rozamos sin querer y notamos que ambos nos atraíamos.

La noche acabó sin mayores novedades, solo que yo tenía ganas de saber más del Chico de Porcelana. Little A. se había dado cuenta de todo y me dijo que sentía celos por doble partida. Primero, porque su mejor amigo se estaba interesando en alguien, y segundo porque ese alguien también le gustaba mucho a él.

Yo me quedé muy confundido. Mi mejor amigo me decía que le gustaba el mismo chico que me había coqueteado y que me había dicho que le parecía lindo. Y yo, simplemente, no quería cortar vínculos con el Chico de Porcelana, sino todo lo contrario. Recuerdo que Little A. solo me pidió que no le hable ni le comente nada de mi nuevo amiguito. Y así fue.

Pero no sólo mi mejor amigacho se había dado cuenta de la química entre el Chico de Porcelana y yo. También algunos muchachos del grupito… lamentablemente.

El Chico de Porcelana y yo teníamos conversaciones largas por Messenger. Hablábamos desde política internacional hasta el último disco de Kylie Minogue. La atracción fue creciendo. No sé si de su parte, pero sí de la mía. Y no era para menos, pues seguía diciéndome cumplidos.

Guerra de mocosos
Yo simplemente me sentía muy contento conociendo a alguien que no tenía pasado, y que me traía tonto. Si bien tenía cierta experiencia en los avatares del corazón y de los flirteos, recién a mis 23 experimenté que en el “amor y en la guerra” cada uno usa las armas que tiene a su alcance.

Un par de los muchachitos del grupito de la disco sacaron las garras y pusieron las cartas sobre la mesa. Su objetivo: el Chico de Porcelana. El gran enemigo: Nano.

Uno de ellos me dijo que el otro estaba muy molesto y preocupado porque veía que yo me quería aprovechar del Chico de Porcelana, y le había aconsejado que se cuidara de mí. “Tú eres mayor y él es nuevo en el ambiente. Necesita alguien de su edad”, me escribió en el Messenger.

No sólo me contó eso, sino que el muchachito en cuestión ya se había dado de narices pues el Chico de Porcelana lo había choteado. Por último, me confesó que él también estaba muy interesado en la fuente de mi deseo.

Le dije que mi intención no era desunir a su grupo y que me sentía culpable por lo que estaba pasando, pero lo que hiciéramos el Chico de Porcelana y yo, era cosa de los dos. Él insistió en su sugerencia. Y yo insistí en acabar la conversación.

A los días tuvimos una última salida (de mi parte) con todos los patitas del grupo.

Yo sentía que debía decirle al Chico de Porcelana que lo quería seguir conociendo y que en realidad me gustaba mucho y que me deslumbraban sus neuronas. Aproveché un momento en que todos se fueron a bailar. Los dos estábamos en un mueble. Tomé su mano, lo miré a los ojos y le dije que estaba interesado en conocer su mundo. Él me miró y no soltó palabras, solo asintió con la cabeza. Y yo, lejos de reaccionar como antes y dar rienda suelta a mis pasiones, lo único que hice fue abrazarlo y darle un beso en la frente.

Creo que los comentarios de las pequeñas arpías me habían dejado pensando en que quizá me vieran como el aprovechador, el “vivazo” que había conseguido un pescadito novato. Pero no fue mi intención para nada. Quería dejar muy clara mi posición.

Luego de unos minutos, continuó la fiesta. Yo estaba más contento que al inicio. “El Chico de Porcelana me había dicho que sí”, festejaba para mis adentros. Y le había ganado a los otros dos, que me miraban con cólera y envidia. Y yo no podía ocultar mis felicidad, y mucho menos guardar las apariencias. Es más, quería decirles que yo era el elegido. Jojolete.

Porcelana rompecorazones
Al día siguiente, sentía que los pajaritos cantaban más bonito. Entré al Messenger y lo vi conectado.

- Yo: Hola, ¿cómo estás? ¿Cómo llegaste?
- Chico de Porcelana: Bien, gracias. ¿Y tú?
- Yo: Algo cansado, pero bien. Descansando para ir a trabajar mañana.
- CdP: Y yo para ir a estudiar. Anoche llegué a mi casa a las 04:00 AM pensando en muchas cosas, en temas importantes.
- Yo: ¿Importantes? Eso me gusta. Dime el tema del día.
- CdP: El tema del día es: “Soy gay y no sé si tener novio”… No se lo pierdan.
- Yo: ¿Y los panelistas son?
- CdP: Nano
- Yo: ¿Solo soy un panelista? ¿Y tú?
- CdP: Yo no quiero opinar. Yo soy el caso a estudiar.
- Yo: ¿Te incomodó lo de anoche?
- CdP: Sucede lo siguiente. Té eres un muchacho muy simpático y sumamente agradable, y si cualquier muchacho simpático y agradable se me acercara y me abrazara, y me besara en la cabeza y me dijera que le gusto, yo me sentiría muy bien. Siento que mi falta de amor me haría caer en los brazos de cualquier chico simpático y agradable, sin saber aún si es la persona adecuada para mí.
- Yo: Yo solo te dije que quería conocerte. No te he propuesto matrimonio ni nada.
- CdP: Quisiera encontrar a alguien que viva junto a mí todas estas nuevas experiencias. Tú ya conoces mucho este mundo y yo quisiera ser guiado y guiar a alguien.
- Yo: Sí, conozco este mundo, pero aún no he explorado mucho el campo del amor. Mis relaciones han sido tan cortas.
- CdP: Aún así, creo que es mejor ser amigos.
- Yo: Ok, entiendo. Las cosas claras son mejores.
- CdP: Tú sales de una relación de hace poquito, estoy seguro que puedes conseguir otra con la misma facilidad, alguien que te comprenda mejor.
- Yo: Yo no busco a nadie. Tú apareciste en el camino, y vaya, sí me había interesado en ti.
- CdP: Yo conozco a alguien que está interesado en ti. Es Mr. Truquini. Es muy bueno y tranquilo para ti.
- Yo: No, gracias.
- CdP: Pero tú lo conoces y es lindo. Se verían bien.
- Yo: Ahí nomás. Bueno, ya cierro esto. No me siento bien.
- CdP: Ok, Antes una cosa. Artículo Primero: Nano y el Chico de Porcelana son buenos amigos a partir de la suscripción de la siguiente acta. Artículo Segundo: CdP no quiso herir en ningún momento a Nano. Artículo Tercero: CdP seguirá en su búsqueda del chico ideal y Nano estará con Mr. Truquini, su amigo en común. Artículo Cuarto: CdP agradece a Nano por su cariño. Y encuentra a la persona ideal, amigo. Todos nos lo merecemos.
- Yo: Así será. Adiós.

Nunca más volvimos a hablar. Solo en dos oportunidades, en encuentros casuales en la calle. Tiempo después me enteré que él estuvo con Mr. Truquini, por un buen tiempo.

Al salir de Messenger, llamé a Little A. y le dije que me sentía muy mal por lo que pasó. Sin darme cuenta yo estaba llorando en el teléfono. Le pedí disculpas por haberme portado así con él, que sentía haberlo lastimado por haber decidido apostar por el Chico de Porcelana en lugar de continuar con nuestra amistad. Al final, el que parecía tan frágil como porcelana era yo. Sin embargo, mi mejor amigo me demostró su gran cariño una vez más y me dijo que me encontraba en quince minutos en el lugar de siempre.

Antes de salir de su casa, Little A. llamó a Mr. Truquini y le dejó un mensaje corto y contundente para el Chico de Porcelana: ¡Dile a tu amigo que es un perfecto idiota! Y colgó.

Cuando Little A. me contó lo que hizo, me dio mucha cólera, porque no quería que esto trascienda. (La verdad nunca le agradecí por haberme defendido. ¡Gracias!). En ese momento, yo necesitaba desfogar mi frustración y sacarme de encima la vergüenza que sentía al haberme fijado en un muchachito, a quien le había permitido hacerme daño.

Little A. me acompañó hasta la noche. Paseamos y nos matamos de risa, recordando muchas cosas, y burlándonos de mi situación. Fue una verdadera demostración de amistad, la que me regaló ese día Little A.

Cuando estuve más tranquilo, me di cuenta que era la primera vez que mi pasado me jugaba una mala pasada al querer iniciar algo serio con un chico. Y que éste había sido usado en mi contra por quienes competían conmigo. ¿Hubiera cambiado la figura si me hubiera presentado como una mosquita muerta, ocultando mi estilo de vida? No, me hubiera convertido en un hipócrita y eso no va conmigo.

Pero también me hizo reflexionar sobre los inicios de cualquier gay. Osea, no culpaba al Chico de Porcelana por su reacción. Creo que era totalmente compresible. Alguien que recién comienza, debe experimentar por su cuenta, sin ataduras ni impedimentos. Y yo no quería ser una barrera. Pero igual no podía evitar sentirme mal.

Quizá el episodio del Chico de Porcelana es sólo anecdótico, pero lo que realmente sentí luego de toda esta experiencia es que en el ambiente gay, al final de cuentas, sí importa el pasado. A unos más que a otros, es cierto. Pero ni modo. Uno debe aprender a sobrellevar el hecho de sentirse esclavo de él.

¿Te has cruzado con algún chico de porcelana en algún momento de tu vida? ¿Tu pasado ha jugado en contra tuya cuando querías iniciar algo serio? ¿Alguna vez tu mejor amigo y tú se fijaron en la misma persona?

Avril Lavigne - Complicated

"Why U have to go, and make things so complicated". Esta fue mi canción para el Chico de Porcelana.

Super Nova - Maldito amor

Un recuerdo pop de las chilenas Super Nova que habla de dos amigas que se fijan en el mismo chico. =P

sábado, 8 de agosto de 2009

Mi "feliz" desencanto de la iglesia

El alba tenía que estar muy limpia, pulcrísima. A mis diez años, me sentía inmensamente feliz, pues luego de varios ensayos por fin había conseguido aprender todos los pasos para participar en el ritual sin equivocarme. Estaba a un paso de ser un acólito ejemplar.

Sabía todo a la perfección: rezar las oraciones en el momento preciso, apoyar en todo lo necesario en la Consagración, tocar la campana en el instante en que está por consumarse la conversión del pan en cuerpo de Cristo y del vino en la sangre de Jesús.

Era uno de los momentos más alegres de mi niñez. Me sentía útil y servicial para Dios y la comunidad de feligreses.

Es cierto, tenía un papel secundario, pero yo me sentía tan importante, como el propio sacerdote. Sentía que gracias a mí –claro, y al cura-, la misa se hacía realidad.

Mi vida como acólito duró hasta que cumplí 13 años. En mi parroquia cambiaron al cura, y yo sentía que ya no era lo mismo, además que había comenzado a sentirme pecador y no quería vivir sintiéndome en pecado mortal. Antes de malograr esos recuerdos de mi niñez, preferí apartarme.

En ese entonces empecé a tomar conciencia de lo que significaba que me atrajeran poderosamente los chicos y la sola idea me causaba un profundo sufrimiento. ¡Iba a ir directito al infierno!

Luego de mis primeras incursiones afectivas adolescentes sentía una repulsa tan fuerte, que caía en depresiones descomunales.

A los quince años no aguanté más. El cargo de conciencia era muy pesado. Un día fui decidido al colegio y me armé de valor. Busqué al cura y le confesé todo. Él no me censuró ni me dio una penitencia con látigos incluidos. Las palabras del religioso joven, y a quien yo veía como un amigo, fueron extremadamente tranquilizadoras. Salí de la confesión y me propuse “enmendar mi camino”.

Desde entonces oculté mis deseos y los reprimí hasta que conocí a Little A, es decir, entrando a los 20 años.

El curita
En el colegio uno de mis grandes amigos era Pandita. Yo lo admiraba, pues trabajaba por las mañanas como enfermero y en la tarde estudiaba secundaria.

De respuestas amables y siempre listo para ayudar al prójimo, Pandita se convirtió en el prospecto más claro para ser sacerdote en mi promoción. Era el curita de la clase. No sólo tenía todas las condiciones, sino que él anhelaba serlo.

Pandita me enseñó que Cristo no era “alguien a quien temer”, sino un amigo en quien puedes confiar y que tiene un amor tan grande por nosotros que también perdona todas nuestros errores (él no hablaba de pecados).

Tenía mis esperanzas puestas en el curita. Hasta le bromeaba diciéndole que él me casaría (sí, claro, yo estaba en mi burbuja de negación) y que bautizaría a mis hijos (Recontra plop).

Sueños rotos
Al terminar el colegio le perdí el rastro a todos mis compañeros. Ingresé a la Universidad y poco a poco empecé a explorar mi sexualidad y fui asimilando mi naturaleza gay. Pero siempre tuve una lucha constante con los fundamentos eclesiales. Me sentía atado a mi etapa de acólito y todo lo que significó para mí.

Del curita solo sabía que había ingresado al seminario más conocido de Lima. Pero no lo volví a ver hasta una tarde de verano de 2001, cuando yo estaba casi a punto de asumirme homosexual completamente.

Me disponía a entrar a una cabina de Internet por San Miguel y me crucé cara a cara con un chico de facciones finas, pecoso, con el pelo pintado y con unos rallitos que destacaban en su cabellera lacia. Lentes de contacto color verde. Una boca con brillo labial. Una mirada pícara, como si incitara al juego seductor entre dos muchachos.

- Yo te conozco de algún sitio, le dije, como buscándole el habla.
- Claro que sí. Tú eres Nano y hemos estudiado juntos. ¿cómo has estado? ¿Te acuerdas de mí?

Al escuchar su voz, lo reconocí. Entré en shock. Lo abracé con mucha fuerza y él también se emocionó mucho.

Salimos del local, fuimos a su casa. Yo tenía miles de preguntas en la cabeza. Una a una fue respondiéndolas. El seminario fue un martirio. Le hicieron la vida imposible. Varios superiores querían tener sexo con él. Y él no atracaba. Mantenía su fe inquebrantable. Como no accedía a las bajas pasiones de los religiosos, terminaron por expulsarlo.

Me dijo que se fue con la frente en alto. Y con la ayuda de algunos conocidos en el mundo clerical, recaló por otro seminario en provincia. La historia se repitió. Un día le malograban la comida. Otro día lo acusaban sin razón. La consigna era aburrirlo, hasta que lo consiguieron. El pedido de favores sexuales también estuvo muy presente. Pero él tampoco accedió. A los meses optó por retirarse.

- Pero no entiendo. Si no accediste a los favores sexuales, fue ¿porque no querías o porque no debías? ¿Te gustaban los hombres o no?, le pregunté, un tanto incrédulo.
- Yo quería ser sacerdote. Sentía esa vocación. Y ello implicaba renunciar a los placeres carnales. Pero no me dejaron.
- ¿Entonces, saliste del seminario y te volviste gay?
- Me expulsaron del seminario por no ser gay con ellos. Ahora soy gay porque quiero y no porque me obligan., concluyó.

Pandita y yo nos despedimos. Y no nos hemos vuelto a ver.

Ese encuentro me marcó. Fue la primera vez que sentí que un recuerdo de mi niñez católica, y que atesoraba, era una mentira. Un recuerdo falaz. Había sido engañado todo ese tiempo.

El respeto a ese recuerdo quedó casi pulverizado cuando me enteré que un amigacho fue amigo-cariñoso por varios años con uno de los curas de la parroquia de la que yo fui acólito. Además, cuando otro amigacho me contó que había conocido a un curita en un cine porno, y que había vivido un tórrido romance con él por varios meses, pues los principios de la Iglesia Católica habían quedado por la pata de los caballos.

¿Qué autoridad tenían todos esos curas, sacerdotes y religiosos fundamentalistas que me hicieron sentir tan culpable por ser gay? Malditos ellos y su falsa moral. Enterarme de esas cosas, me hizo voltear la página de la fuerte represión católica y evangélica que me impusieron desde la niñez. Y desde entonces vivo sin cargo de conciencia. Más bien siento que la iglesia tiene una deuda conmigo.

Pero tampoco eso me volvió agnóstico ni ateo. Yo sí creo en Dios. Y creo en Jesús. Me parece un modelo digno a imitar. Pero al ejemplo que dejó él, no las interpretaciones ni obligaciones establecidas por otros humanos, como me dijo hace poco mi gran amigo Little A.

¿Eres gay y crees en Dios? ¿Eres católico practicante? ¿Tienes rollos pendientes con la iglesia o tus creencias religiosas? ¿Qué fue determinante para que cortaras con los lazos de la iglesia que te reprimían?

REM – Losing my religion

Un clásico musical que viene bien con esta entrada.

Pet Shop Boys - It’s a sin

“Todo lo que he hecho, es un pecado”, ironizan mis queridos Pet.

The Priest – Dirigida por Antonia Bird – Película gay
Esta película se estrenó en Lima bajó el título de Actos Privados y narra la vida de un cura que incursiona en la movida G. En este link pueden ver toda la película. =)