domingo, 19 de setiembre de 2010

Soltero y maduro: ¡cómo jode la presión social!

Siempre me dicen que no debería importarme lo que piense el resto de mí. Trato de seguir ese consejo, y, en la medida de lo posible, me echo las críticas o comentarios a las espaldas. Pero debo admitir que me cuesta mucho.

Últimamente, que estoy un tanto entradito en la base tres, me ha comenzado a molestar mucho lo que piense de mí la sociedad heterosexual que no sabe de mi condición de gay. Puedo entender que mi entorno hetero tenga curiosidad por saber de mí, pero detesto sentir que me acorralan poniéndome en la disyuntiva de decirles a todos que soy gay y compartir con ellos que tengo una pareja estable por más de dos años, o que, simplemente, al no confesarles esos detalles de mi vida, los haga pensar que, como todo “soltero y maduro”, soy un maricón seguro y, lo que es peor, solitario.

No tienen derecho de colocar en esa posición a ninguna persona. Y últimamente lo he sentido en varios círculos en los que me muevo. En el trabajo, entre los amigos y colegas que aprecio mucho pero que aún no saben todo de mí y entre uno que otro familiar.

Trabajo en el mismo sitio varios años. Y nunca me han visto ni con enamorada, ni como un pendejito que mira el culo a las chicas. La verdad, nunca he buscado presentarme como algo que no soy. Desde luego, no faltan los rumores sobre mí. Además, las lenguas viperinas que siempre aderezan la rutinaria vida en una oficina, se han dedicado a mi sexualidad en un par de oportunidades. Pero puedo vivir con eso.

Recuerdo que en junio último, en la celebración día del padre, se ofreció un agasajo a los papás de la institución. Como cabeza de mi área tenía que asomar las narices por la bendita reunión para felicitar a todos aquellos que tienen la bendición de ser padre. Abrazos van, abrazos vienen. No faltaron las felicitaciones para mí, las mismas que corregía al instante, diciendo que yo no era papá. Unos cuantos me preguntaban “¿Cuándo?". Otros simplemente me decían, que parecía un padre de familia (por la panza). Sin embargo, el gerente, que iba saludando a todos, llegó hasta mi sitio. Me vio y se detuvo.
- Tú todavía, ¿no?
- Así es, todavía.
- Ya pues, Nano. Ya es hora, dijo y puso su cara seria.
Yo solo me reí y tragué saliva y regresé a la celebración. Sentí que me daba una orden. Casi me pongo a anotar. Tarea: Hijo, para el próximo año. Fecha estimada de cumplimiento: imposible determinar, por falta de ganas.

Algo similar sucede con mi familia no tan cercana. Es decir, mis tíos, mis primos, especialmente, los evangelistas, que han comenzado a preguntarme por mi matrimonio y a decirme que recuerde que ahora es cuando estoy en la edad de echar raíces y tener hijos. Cuando me siento incómodo por las preguntas de siempre, simplemente pongo cara de serio y contesto con monosílabos. Nunca falla.

Asimismo, cuando amigos de la oficina me preguntan por los temas del corazón, quisiera decirles que hace mucho que mi corazón no está solo. Pero, la verdad, no quiero convertirme ni en la comidilla ni en el bicho raro. Quizá sea necesario hacerlo, pero solo a quienes yo crea conveniente. No a todos. Caray, la vida privada es justamente eso: privada.

Y lo peor sucede con las amistades heterosexuales con las que me frecuento en reuniones motivadas por las relaciones laborales. Se han empecinado en buscarme novia. Hace varios meses que una amiga, con la que tengo mucha química amical, se ha creído el cuento que todos tejen en torno a los dos. Y siento que ha empezado por lanzarme señales cada vez más directas. Le he hecho notar hasta de maneras poco sutiles que no tengo interés en ella, pero no capta la idea. He llegado a pensar que tiene una fijación conmigo, pues aprovecha para abrazarme o “acomodarse bien” cuando nos tomas fotos o en nuestros bailes y hasta promueve que nos molesten como la nueva parejita. Quisiera decirle que no me gustan las chicas, pero sería salir del closet ante todos los amigos con los que por razones laborales me reúno con mucha frecuencia. Y no quiero eso. Me han sugerido que lleve una pantalla novia. ¡No quiero llegar a esos extremos!

Todo esto me ha hecho preguntarme en los últimos tiempos algunas cosas. ¿Qué pensarán los heterosexuales de mi dizque soltería? ¿Tendrán pena, como sienten con las mujeres que a cierta edad ya entran en la categoría de “se les pasa el tren”? ¿O creen que sufro porque soy gay? ¿O creen que siempre estaré solo y el destino de todos los gays es quedarse solos?

Sea lo que fuera, se me está haciendo cada vez más difícil hacerles entender que del corazón estoy bien y que no encajo en la visión de soltero que tienen en la mente. Pero me rehúso a tener que decirle a cada uno de los que me etiquete como “un soltero y maduro,...” que se ahorre sus lamentaciones y me deje en paz. Quizá todo esté en mi cabeza. Quizá estas cosas siempre existirán no solo con la comunidad gay, sino con todos aquellos que no encajen en las “convenciones sociales”.

Hace mucho que ser homosexual dejó de ser un problema o una carga para mí. Lo saben en mi casa y la gente que aprecio. No me causa fastidio. El fastidio lo ocasiona el resto con su insistente presión para que niegue o confirme sus sospechas. En fin, ahora sé que con el pasar de los años, se vuelve más fuerte y jodida la presión social.

¿A ti también te ha comenzado a molestar la presión social por ser gay? ¿Qué haces para enfrentarte a ella? ¿Crees que llegue a un punto de ser tan fuerte que te obligue a salir del closet?

PD. Dejé de escribir mucho tiempo. La chamba, problemas, falta de inspiración. Ya todo está volviendo a su sitio. Espero no dejar de hacerlo, gracias a quienes preguntaban por nuevas entradas.



Falsa Moral - OBK


Este tema no está dedicado a la comunidad gay, pero la verdad es que la letra se presta mucho. Es cierto. Me gusta mucho, además.

In & Out - ¿Cómo saber si eres gay?


Esta película que protagoniza Kevin Kline, calza perfectamente con esta entrada. Les dejo esta escena, que me parece muy chistosa.

viernes, 7 de mayo de 2010

De Nano para su mami

Mi mamá sufrió para traerme al mundo, más que en el resto de sus embarazos. Siempre me ha dicho que soy el hijo que más tiempo estuvo dentro de su vientre. La verdad, creo que no quería salir de ese lugar tan cómodo. Quizá presentía que no la iba a tener fácil en este mundo cruel. Pienso que por eso me quedé en la barriga de mi viejita 9 meses y diez días. Eso estableció un vínculo especial, pienso yo.
Ella quería que yo fuera mujer. Ya tenía dos hijos. Cuando el obstetra gritó en la sala de parto: “Señora, un machazo más para la patria”, mi madre se puso a llorar. “No quería ser arbitro de pelea. Los hombres son violentos por naturaleza y no quería tres luchadores”, se excusó el día que me contó esa historia por primera vez.
Uno de mis primeros recuerdos de niño es que, en las noches, esperaba a que ella llegara de trabajar como profesora en un colegio para adultos. Necesitaba verla y escuchar su voz —que era enérgica y tosca— para conciliar el sueño y dormir tranquilo.
Mi madre no tenía la virtud de mostrarse cariñosa. Por el contrario, recuerdo que era usual notarla seria y disciplinada, pero siempre pensé que era por su naturaleza de trabajadora incansable. Mucho tiempo fue padre y madre para sus cuatro hijos, todo el tiempo que mi papá quería hacer su vida de soltero hasta cansarse y reivindicarse.
Desde niño entendí que nunca debía molestarla mientras ella dormía o comía, pues corría peligro mi integridad. Pero en el fondo todo era una careta, pues mi mamá ha sido toda su vida una sentimental sin remedio. Siempre llora con facilidad. Creo que solo arruga los párpados y lagrimea.
Nunca le di problemas, en comparación a mis hermanos. Siempre quise ser el hijo modelo que cualquier madre quería tener. Creo que el único problema que le di en toda la vida es que yo haya terminado siendo gay.
La verdad es que sentir que le causaba a ella una decepción al sentirme atraído a personas de mi mismo sexo fue traumático. Creo que me hizo sentir mucho más dolor que el que me causó la represión de la Iglesia. Cuando noté eso, en mi niñez, quise cambiar por mi mamá. No sólo por temor a su reprimenda, sino porque creía que le iba a romper el corazón.
Le agradezco que nunca me haya reprimido, ni que me haya obligado a hacer cosas que no me gustan. Nunca me reprochó que no me gustara jugar fútbol, ni que no saliera con chicas, ni que no me animara a jugara a la guerrita con mis primos ni mis hermanos. Tampoco es que mi madre me engriera. Dios sabe que ella se ha vuelto concesiva con sus nietos, pero jamás con sus críos. Pero nunca me obligó a ser un “machazo”.
Ella siempre supo que su Nano era gay. Pero le costaba aceptarlo. Siempre me lanzaba indirectas. Algunas veces molesta, otras veces bromeando, y unas cuantas resignada. Pero recuerdo que hace varios años, cuando yo había sufrido una decepción amorosa y estaba triste, ella se echó a mi lado, me abrazó y me dijo que sea lo que sea que me tuviera así, ella siempre me iba a querer y me dio un beso en la frente. Y yo no pude contener las lágrimas, que corrían por mis mejillas.
No obstante, de todas maneras, a mi madre le costaba aceptar que su hijo modelo sea homosexual. Un día, en una discusión familiar, mi hermana -que descubrió mi gran secreto revisando mis mensajes de texto del celular- soltó la bomba. “Nano es gay”, gritó delante de todos. Mi madre me miró y puso cara de espanto. Yo sólo atiné a decirle que confiara en mí y que lo que yo decidiera para mí era lo mejor.
En casa no volvieron a tocar el tema, hasta varios años después, que presenté a Axel en mi casa, la única persona que me dio la confianza necesaria para dar ese gran paso. Tuve mucho miedo de introducir a mi pareja a mi círculo familiar. A las dos semanas todos comenzaron a preguntarme. Claro, todos menos mi madre. Luego que le confirmé la sospecha a cada uno de los miembros de mi familia, me contaron que mi viejita un día preguntó… "¿Su amigo Axel es su novio? ¿Nano es gay?" Todos asintieron y mi mamá se puso a llorar.
Pero a los días de ese hecho, Axel y yo llegamos a la casa y sentí que mi madre estaba feliz por mí. Lo vi en su rostro, que era de alegría sincera. Y sentí que me dio su bendición. Y entendió que siempre seré su Nano. Y que, pase lo que pase, ella siempre será mi viejita, a la que adoro y a la que me parezco tanto, tanto, tanto…
¿Tu madre sabe que eres gay? ¿Lo acepta? ¿Cómo es tu relación con ella?

Mercedes Sosa – Las manos de mi madre
Es cierto, Mercedes… las manos de mi madre hacen que lo cotidiano se vuelva mágico. Por eso, la admiro.

Laura Pausini – Lo Siento

Esta canción me ha hecho llorar tantas veces, como ahorita que la escucho mientras posteo esta entrada.

Spice Girls – Mama

Yo sí puedo decir que mi mamá es mi amiga. Pero trabajo que nos ha costado… jejeje

Bjork – In the musical – De la película Dancer in the Dark.
Bjork en la piel de Selma, la protagonista de “Dancer in the Dark” grafica el cariño inmenso de una madre por su hijo.

sábado, 27 de marzo de 2010

El Anciano, la Mariposa y la Tacita: Un gueto de niños gays

Cuando era niño veía todo con tanta inocencia y no le prestaba importancia a muchas cosas. A muy temprana edad, es decir a mis 6 o 7 años, disfrutaba cuando veía los números musicales de La Novicia Rebelde, y quería ser uno más de los hijos del Capitán Von Trapp y cantar con la monjita María.

En esa época no me causaba ningún sentimiento de culpa que cuando jugábamos a los superhéroes yo quisiera ser alguno de los Gemelos Fantásticos, a veces Zan o a veces Jayna (dependiendo de mi estado de ánimo, y le decía a un primo que él era mi mono Gleek =P), o que a veces quisiera ser Linterna Verde con su traje pegado o tener una capa y volar como Superchica.

En la escuela también sucedía algo parecido. Estudiaba en un colegio de hombres. Y me llegaba que todos jugaran fútbol y hablaran de carritos y guerras. No me quería resignar a también hacer lo mismo. Entonces me hice amigo de dos chicos que tenían mis mismos códigos.
Fue una conexión inmediata. Como uno de ellos era chimuelo, le decían El Anciano. El otro, como era bien afeminado y flaquito le decían, cruelmente, Mariposa. Los compañeros de salón me pusieron Tacita, la Cocinerita. No recuerdo bien por qué, pero seguro fue porque sabían que mi familia tenía un restaurante.

El Anciano, La Mariposa y yo estábamos juntos en el recreo. Hablábamos de la música que nos gustaba, de los programas de tele que veíamos y hasta de las novelas que sintonizaban las mamás de ellos. La mía nunca vio ninguna telenovela porque dice que le mareaban.

Creo que me sentía feliz en esos tiempos. Me había encontrado con mis pares y era muy grato tener cómplices. Pero al poco tiempo de conocerlos todo cambió. Mis hermanos mayores me cuadraron. Me ordenaron que “dejara de hacer mariconadas”. Me amenazaron con pegarme. Me dijeron que no podía escoger ni decir que quería ser una súper heroína ni nada parecido. Tenía que ser un súper héroe macho y rudo. Me repitieron: “juega fútbol, ensúciate, hazte heridas y sé rudo”.

Les tenía respeto a mis hermanos. No los contradije, pero algo dentro de mí hervía en cólera. Fue la primera vez que sentí que me dictaban lo que tenía que hacer y no me gustaba. Pero accedí a sus requerimientos. Interioricé todos mis gustos. Ya no podía decirlos públicamente y como mis hermanos estudiaban en mi mismo colegio, tenía que reprimirme por completo en el recreo. Pero me las ingenié con mis dos pequeños (y primeros) amigachos para mantener vivo nuestro instinto y nuestra naturaleza.

¡Qué duda cabe! Era un gueto de niños gays. Ya no hacíamos las bromas para que todos escuchen, solo conversábamos entre nosotros. Creo que entendíamos que nos “debía dar vergüenza” y que el resto no nos entendería. Preferíamos mantenernos al margen de las jodas, las burlas y las reprimendas de quien fuera (profesores, hermanos y papás). Aprendimos a no mostrarnos débiles ante el resto. Tampoco simulábamos ser rudos, simplemente queríamos pasar desapercibidos. Hasta hablábamos de chicas. Apelábamos a algunos recursos con tal de salvar el pellejo.
Separación inevitable
Así estuvimos los seis años de primaria. Nunca me había enterado que mi profesor había llamado a mi mamá para darle quejas sobre mi comportamiento. Al terminar el año escolar, El Abuelo, La Mariposa y yo nos despedimos, pensando reencontrarnos en abril próximo. Pero no sucedió.
Al pasar a secundaria nos separaron. A El Anciano y mí nos pusieron en secciones distintas. La Mariposa ya no regresó más al cole. Y nos quitó el habla. Años más tarde me lo crucé en la calle y me esquivó, como si fuera un criminal. El Anciano me dijo que también le hizo lo mismo.

A los 15 años, luego de haber sentido la furete represión de la familia, la sociedad y la iglesia, y justo cuando estaba en toda la etapa de negar mi sexualidad y vivía literalmente atormentado por sentirme atraído a los hombres, coincidí con El Anciano en un salón nuevamente. Ya no éramos los mismos de antes. Ya no nos frecuentábamos, no hablábamos. Teníamos nuevos amigos. Es más, hasta llegamos a no tolerarnos.

Un día, se sumó a la joda que me hicieron algunos compañeros del salón. Tomé asiento y los más palomillas saltaron de su carpeta, simulando que caía una bomba atómica. No solían hacerme estas bromas, pues había otros más gordos que yo, pero no me había gustado nadita. Entré en furia. Así que lancé mi mirada inquisidora y vi a El Anciano burlándose. Me acerqué. Me cuadré delante de él. Le metí un puñete en la cara que le rompió el labio. Me respondió con un cachetadón que me duele hasta ahora y nos trenzamos a golpes. Nos separaron.

- “¡Qué mierda tienes conmigo! ¿Por qué te burlas de mí?”, recuerdo que alcancé a decirle.
- “Yo no he sido, gordo de mierda”, me respondió.

Su respuesta me enfureció más y me lancé sobre él. Me fijé en su chompa ploma de colegio, que estaba descocida en la parte central, justo en el inicio del cuello V, y la jalé con fuerza. Se la rompí en dos. Parecía una casaca sin cierre. Los dos llorábamos de cólera. Nos sacaron del salón y por poco nos suspenden con citación a nuestros padres. Recuerdo que al tiempo le pedí disculpas, pero creo que ese altercado sólo terminó por separarnos definitivamente.

Yo soy Nano
Diez años más tarde, en una noche de discoteca, y yo con un chorro de kilos menos, bailaba sin cesar en un antro de Miraflores. No había nadie interesante (ustedes entienden, jejeje) ni amigos con quienes conversar. Estaba por irme y mis ojos divisaron a El Anciano sentado en una silla, solo, como si esperara a alguien que no llegaba. Era un chico con cuerpo de gym, ropa muy bonita y perfume caro. Era mi primer amigacho de toda la vida. Me acerqué y lo quedé mirando.

- ¡Anciano!, le solté alegremente.
- ¿Perdón? ¿Te conozco? Me lanzó una mirada entre de sorpresa y fastidio.
- Claro, yo sé quién eres. ¿No me reconoces?, le respondí.
- Lo siento, pero no tengo idea dequién eres. Me cortó en seco.
- Yo soy Nano. Tu amigo de cole.

El Anciano se levantó de su silla, como por un resorte, y nos dimos un abrazo prolongado. Me dijo que me encontraba irreconocible y creía que me había hecho la lipo. Nos hicimos tantas preguntas y reímos y bailamos toda la noche. Nunca tocamos el tema de que siempre supimos que los dos éramos gays. Creo que estaba implícito en la amistad de niños. También recordamos a La Mariposa, pero era como si se la hubiera tragado la tierra. Fue muy bueno reencontrarnos.

Para escribir este blog recordé mis inicios como gay. Yo sí creo que nací homo. Y creo que muchos lo sienten así también. Pero al ir creciendo, van apareciendo los sentimientos de culpa por ser distintos a lo establecido y por ir en contra de todas las reglas sociales y religiosas. Todo eso (y los conflictos que genera) constituyen factores que van moldeando al gay como ser humano. ¿O van moldeando al ser humano como gay?

Ahora puedo decir que soy la suma de todos esos factores. Del Nano al que llamaban Tacita, La Cocinerita, que tuvo que dejar de ser tan femenino por miedo a sus hermanos, sus papás, la sociedad y la Iglesia, he llegado a ser el Nano treintañero que vive sin paltas, sin culpas ni resentimientos por ser homo. La verdad, doy gracias a Dios por todo el proceso (aunque me ha costado muchísimo sobrellevarlo), pues el Nano de hoy en día me gusta mucho. Y lo mejor de todo es que está dispuesto a ser feliz. =)

¿Cómo fue tu infancia? ¿Tuviste amiguitos gays? ¿te reprimieron en casa, en el colegio o en tu barrio ¿¡Tuviste algún gueto gay de niños?

Do Re Mi - La Novicia Rebelde en Central Station Antwerp (Bélgica)


Este video es un homenaje a uno de los musicales clásicos de todos los tiempos: La Novicia Rebelde. Me encanta. Era la canción que más me gustaba de esa obra.



Ma Vie En Rose - Película de Alain Berliner



Película francesa que aborda el drama que vive un niño que siente, piensa y se comporta como una niña. El choque que experimenta contra su familia, la sociedad y el resto del mundo.

domingo, 21 de febrero de 2010

Discriminación: Sin acceso al placer gay

Ramiro y yo estábamos terminando. Había mucha tensión en el ambiente. La música de la discoteca sonaba como una vitrola que lanzaba música lastimera. Habían pasado unas seis semanas de ser pareja y mientras yo hacía castillos en el aire, él había ido a nuestra última cita con la decisión de cancelarme el corazón.
En ese momento lo odié. Yo era consiente que no podíamos seguir juntos, pero me dolía mucho. Entonces yo tenía 21 años. Era extraño, pero en esa atmósfera de tristeza que me envolvía sentía la necesidad de entregarme por completo, lo cual no había sucedido hasta entonces. Creía que había llegado el momento de hacer el amor (ojo, no dije sexo). Y quería que Ramiro fuera el primero. Se lo propuse a manera de despedida. Él no quería. Pese a que estudiaba en Ica y venía solo los fines de semana, le daba vergüenza ir a un hotel limeño con otro hombre. Pero al final, aceptó.
Salimos de la disco. Lince es un distrito en donde puedes encontrar de todo, especialmente hostales. Llegamos al más cercano. “Tú pide el cuarto”, me dijo.
Toqué el timbre. Abrieron la puerta de vidrio. Ingresé primero. “Una habitación, por favor”. En realidad, balbuceé mi pedido. Estaba por entregar el dinero y mi documento de identidad, de pronto la mujer que atendía vio a Ramiro en la entrada. “Lo siento, no tengo cuartos”, respondió casi gritando.
Ramiro se quedó sorprendido. Quería reclamarle a la tipa, pero lo tomé del brazo y salimos del lugar.
Mi ex desde hacía unos minutos empezó a caminar hacia el próximo hotel. Pero ni siquiera atendieron el llamado de dos varones en la puerta.
Entonces nos indignamos. Los dos tomamos ese acto de discriminación como una afrenta personal. Recorrimos 10 lugares más y en todos obtuvimos un trato similar, mientras observábamos que sí atendían a parejas heterosexuales.
Luego de una hora de estar en ese plan nos sentamos en una esquina de la avenida Arequipa. Ya no hablábamos de nuestra separación, sino de nuestra experiencia como víctimas de discriminación y homofobia.
- Nunca me habían negado el acceso a un hotel. Me siento mal. Osea, ¿si iba con una mujer sí me recibían, pero con un hombre, no?, lanzó Ramiro en un arranque de cólera.
- No sé qué decirte. Nunca había tocado la puerta de un hostal. La situación, lo nuestro, me motivó a atreverme, le comenté.
- Me siento ofendido, agregó.
- Yo me sentía caliente hasta hace un rato, pero esto le quita las ganas de tirar a cualquiera, ¿no?, le confesé.
- A mí también se fueron las ganas, anotó.
Ramiro y yo nos despedimos con un abrazo fuerte y un beso en la calle que le robé cuando nadie pasaba. Nunca más le volví a hablar ni supe más de él.

Superando el impasse
Luego de esa experiencia recién tomé conocimiento que había hoteles exclusivos para la comunidad gay; así como sitios “amigables” con la comunidad G, que atienden tanto a parejas heterosexuales como a homosexuales, que es como creo que deberían ser todos los hoteles del mundo.
Debo confesar que conozco varios lugares en la capital en donde pueden intimar dos personas del mismo sexo, de diversas condiciones y estilos. Tengo un par de sitios preferidos. Y sí, la gran mayoría de hostales u hoteles en donde aceptan clientes gays están ubicados en el distrito de Lince.
Mi incidente en mis tempranos 20’s me dejaron un mal recuerdo. Me preguntaba qué motiva a los dueños o administradores de un hotel a proceder de esa manera. Si todo se hace a puerta cerrada, qué les importa si entran dos hombres, o dos mujeres o un hombre y una mujer. Ojos que no ven, corazón que no siente. Los cuestionamientos venían uno tras otro.
¿Qué puede motivar a un hotel, que es una empresa privada, a negarse a prestarle servicios a una pareja gay? ¿Ignorancia, homofobia, política empresarial? ¿Somos ciudadanos de segunda clase? ¿O es que no quieren espantar a su otra clientela?
Pensaba que esa situación desaparecería con el paso de los años. Pero hace unos meses me volvió a suceder. Ya no era el universitario de entonces, ni estaba yendo a escondidas con un enamoradito de juventud. Era un hombre de 30 años que iba con su pareja estable a un hostal del distrito de Lince en donde ya habíamos estado anteriormente.
La vez anterior, yo había ingresado con el carro. Mi pareja se quedó en el estacionamiento. Primero subí yo a la habitación y luego él me dio el alcance. Nadie se percató que íbamos juntos o, si lo hicieron, nadie dijo nada. Pero en esta oportunidad, mi pareja me esperó en el lobby. Pedí un cuarto. Pagué. Me dieron las llaves y el control remoto. Me disponía a subir, pero nos atajaron. La mujer de recepción se sorprendió de ver a dos hombres dirigiéndose a la escalera.
- Lo siento. No pueden entrar juntos. Pueden quedarse en el hotel en cuartos separados, dijo, insolentemente.
- ¿Por qué? Ya hemos venido antes, le comenté.
- Señor, lo sentimos. No pueden ingresar juntos.
Quería reclamar mis derechos. Pero mi novio se dio media vuelta y ya estaba casi montándose al carro. “Qué vergüenza”, me repetía entre dientes. No hice mayor problema y salí del lugar refunfuñando.

La razón y la ley nos amparan
Por supuesto que me indigné con la actitud homofóbica de quienes atendían en ese hotel. Traté de separar la cólera para razonar como un ciudadano que tiene derechos, y especialmente como todo consumidor.
La Ley de Protección al Consumidor del Perú prohíbe cualquier tipo de discriminación en los locales abiertos al público, como son los hoteles y hostales. Está prohibido realizar selección de clientela así como prohibir el ingreso de personas –a no ser que sea por cuestiones de seguridad del establecimiento o tranquilidad de sus clientes o por alguna razón objetiva y justificada.
Es más, si hubiera alguna justificación para restringir el acceso de un determinado tipo de persona a un servicio o un productos, debe ser comunicado de manera directa a los consumidores, previamente al momento de la transacción. Desde luego que en ese hotel no había ningún letrero que dijera que estaba prohibido el ingreso de dos personas del mismo sexo, porque, como reza nuestra Constitución, sería atentar contra uno de los derechos fundamentales de la persona.
Yendo más allá, es de entenderse que aquellos gays o lesbianas que se sientan discriminados están amparados por la ley para presentar una denuncia ante el Indecopi.
No he vuelto a tener este tipo de problemas. Pero tomar conciencia sobre lo que significa que una empresa atente contra nuestros derechos y los argumentos y las razones para defender nuestra posición como ciudadano y como consumidor me hace esperar con ansias algún futuro incidente de este tipo.
¿Has sufrido algún acto de discriminación u homofobia en algún establecimiento privado de servicios? ¿Cuál fue tu reacción? ¿Estarías dispuesto a denunciar algún caso de este tipo ante las autoridades? ¿Crees que es una práctica común en el Perú?


Lily Allen - Fuck You... very very very much!

Me gusta Lily Allen, pero lamentablemente esta canción no tuvo mucha acogida en Lima. Este tema va dedicado con mucho cariño a todos los homofóbicos y discriminadores. "Así que tú dices que no está bien ser gay, pues creo que eres diabólico... FUCK U!!! Very very very MUCH!"

Hearts And Hotel Rooms - Corto de temática

Navegando por la web encontré este corto de temática gay, que se desarrolla en un cuarto de hotel. Disfrútenlo.

viernes, 29 de enero de 2010

Con la seguridad de un oso

Fred era un chico lindo, aunque él no lo quisiera aceptar. Su gordura le sentaba bien. Un tanto rollizo, de piernas vigorosas y buen vestir, siempre tuvo “jale” con los muchachos. Era muy sociable, pero no había tenido suerte en el amor.
La primera vez que se enamoró con todas las de la ley y le rompieron el corazón, dejó que la inseguridad dominará su ser. Y toda la inseguridad que tuvo contenida por más de 25 años se activó automáticamente.
Se sentía feísimo. Horrible. Le empezó a disgustar ser “gordito”. Literalmente detestaba sentirse redondo y odiaba comprar ropa, cada vez, en tallas más grandes. Lo suyo era baja autoestima y depresión crónicas, aunque nadie lo notaba. Para el resto, él era feliz con su peso. Era un bromista por excelencia al respecto. Sin embargo, la procesión iba por dentro.
Fred me confesó todo su drama un día que estábamos en tragos, hace mucho, cuando le dije lo mal que yo la pasaba siendo gordo y que mis dietas yo-yo me habían llevado al cielo vanidoso cuando bajé de peso considerablemente y luego me habían hecho caer al precipicio de la baja autoestima al recalar nuevamente en los dominios de la gordura.
Él me contó que no se sentía lo suficientemente atractivo para retener “para siempre” a un hombre. Y eso lo había hecho abortar muchos intentos de romance. Es más, me reveló que por entonces vivía una situación muy peculiar. Llevaba algunos meses saliendo con un chico muy guapo, que le estaba haciendo vivir una historia de amor fabulosa. Pero él, simplemente, no se la creía.

Aldo era delgado, de un cuerpo espectacular, brazos con algo de entrenamiento y una sonrisa entre pícara y seria. Se le notaba tan interesante como presumido. Profesional, con trabajo, casi contemporáneo de Fred, buen conversador y muy extrovertido. Cuando me lo presentó me quedé con la impresión de que era un chico encantador.
Fred y Aldo se conocieron en un cumpleaños. Fred sentía palpitaciones aceleradas desde que lo miró y Aldo se las ingenió para sentarse a su lado ese día. Ahí comenzó todo.
Aldo lo invitó a salir. Fred aceptó sin estar convencido. Se fueron conociendo. Se besaron, hicieron el amor. Al mes, Aldo le pedía para ser pareja, pero Fred no quería. El chico más guapo que hasta entonces se había interesado en él le daba varias manifestaciones de que quería intentar algo serio, pero Fred simplemente no se lo creía.
- “Oye, ¿qué te pasa? Estás desaprovechando una oportunidad muy buena con Aldo. ¿Por qué te resistes?”, le pregunté.
- “Todo es tan bonito, que siento que es una ilusión. No quiero arriesgar todo y sufrir cuando la ilusión acabe”, me contestó.
- “Pero una cosa no tiene que ver con la otra”, insistí.
- “Yo creo que me merezco a alguien no tan guapo como compañero. Soy consciente de mi realidad”. Su respuesta me había dejado absorto.
- “¿Osea porque te sientes gordo y feo crees que nadie “bonito” se puede fijar en ti?”. Volví a la carga.
- “Es que yo sé que le puedo gustar a otro gordo, a un feo, pero no a un chico que atrae tantas miradas de hombres mucho más lindos que yo, y que me hacen sentir loco de celos”. Fred, el inseguro, estaba al habla.
- "¿Crees que tarde o temprano ya no te verá guapo y caerá en brazos de otro?"
- Mira, Aldo no me ve guapo. Y lo que nos une, aunque él me diga que no, algún día pasará. Y así las cosas, yo no sé qué es lo que lo tiene atado a mí. Luego de mi relación anterior yo ya no creo más en términos tan serios como “siempre”, “nunca” o “para toda la vida”.
¿Tolerancia a la inseguridad?
Fred me dejó pensando en todas las heridas sin cerrar y el nivel de inseguridad que tiene cada uno al momento de iniciar una relación. Si bien lo físico (gordura o insatisfacción con alguna parte de su cuerpo) es una excusa para colocar barreras a la hora de interactuar con un candidato a pareja, mucho más profundas son aquellas marcas que están en la mente y el alma.

Recuerdo que cuando inicié alguna relación sentimental, siempre estuvieron presentes los sentimientos de inseguridad. En unas oportunidades más fuerte que en otras. Pero siempre terminaba por controlar esas sensaciones y apostaba el todo por el todo, porque yo estoy convencido de que cuando uno ama debe hacerlo con todo su ser, sin guardarse nada. Aunque a veces había actitudes o reacciones de la otra persona que alimentaban al fanstasma de la inseguridad.

Sin embargo, la actitud de Fred me motivó y me sigue motivando muchas preguntas. ¿Cómo darnos cuenta de que estamos con los niveles adecuados de (in)seguridad para apostar por alguien y decidir abrir nuestro corazón? ¿La inseguridad es alimentada principalmente por cuestiones físicas, como el que no te consideres bonito y tu pareja sí lo es? ¿Debemos intentar algo en serio solo cuando estamos en condiciones óptimas de alma y mente? ¿Antes de iniciar una relación debemos pasar por un psicólogo que nos dé un certificado de “apto para amar” o “apto para apostar en la tómbola del amor”?

Y viendo las cosas desde el otro lado, ¿qué tanto de inseguridad está dispuesto a aceptar la otra persona? ¿En realidad el sentimiento que va naciendo es tan grande como para soportar una situación de este tipo o es que se convierte en una especie de reto?
Aldo siempre fue una incógnita para mí. Sí le creía que era sincero, pero en el fondo sentía que Fred tenía razones para sentirse inseguro. Aldo era el objeto de deseo de muchos hombres. Sí notaba que estaba enganchado con Fred, pero había algo que no cuadraba. Al final, Fred y Aldo no se lograron. Y no supe más de ellos.
Los osos
El que uno sea gordo no tiene nada que ver con sentirse guapo o feo. Conozco muchos miembros de la comunidad de osos de Lima y ahí más bien prima el criterio de “a más gordo, velludo (y por supuesto, muy varonil), más rico”.

Incluso han creado una clasificación para diferenciarse: cachorros (cubs), osos polares (maduros con canas), cazadores (los flacos que buscan osos), chub o (“gordito” sin vello), musculoso, los papá osos (o Daddy bear que buscan cachorros) y lobo (hombre delgado velludo), entre otros.
Pese a que soy velludo y gordo, no me siento parte de esa comunidad. Es decir, tengo muy buenos amigos miembros de la gran familia osuna del Perú, pero yo no estoy feliz con mi peso y siempre estoy en pos de una figura menos redonda. Por ello, considerarme un oso, sería falaz, pues sería una suerte de oso renegado.
Sin embargo, al margen de lo físico, los osos tienen una actitud muy distinta de enfrentarse a la vida y la sociedad. Y eso es lo que siempre les voy a reconocer: tener mucho aplomo y seguridad y estar convencidos de lo mucho que valen, más allá de su apariencia física.
No digo que no existan osos que son víctimas de la inseguridad, pero creo que el hecho de no renegar de su aspecto los hace menos vulnerables.
Sospecho que el buen Fred hubiera ganado algo de confianza si tuviera menos peso y se hubiera puesto en los zapatos de un oso, pero la verdad es que no existen dietas para subsanar la inseguridad de la mente.
¿Al iniciar una relación, cómo estuvieron tus niveles de (in)seguridad o el de tu pareja? ¿Tu inseguridad se debió a temas físicos? ¿Te gustaría tener la seguridad de un oso?


Cachorro - Trailer - de Miguel Albaladejo

Esta película española aborda cómo viven los miembros de una comunidad de osos en España. Si no la han visto, se las recomiendo. =)


Natalia Lafourcade - Ella es bonita


Natalia Lafourcade alza su protesta en defensa de las que se consideran "no bonitas". "El mundo no entiende de amores, ya".

Sheryl Crow - Strong Enough


A veces la seguridad la encontramos en la persona que tenemos al lado, como dice Sheryl... ¿Eres lo suficientemente fuerte para ser mi hombre?

Shakira - No creo

Esta canción es de las pocas que me gustan de Shakira, antes que "cantara" en inglés y aullara. Llegar a confiar de esa manera en el amor puede ser un don y un defecto. Yo he probado de las dos. Pero no me quejo.