viernes, 26 de junio de 2009

En la disco también hay amor del bueno

Un amigo al que no veo tiempo pero que anda “depre” porque dice que nunca ha tenido suerte en el amor se enteró que estoy con pareja ya por un año y tres meses. Se lo dije hace poco por el MSN y le conté que era muy feliz y que lo conocían –y sobre todo- aceptaban mis padres y mi familia más cercana. Y que sucedía lo mismo conmigo en su casa.

A este amigo le costaba creer la situación. Una pareja gay, que tiene la “bendición de los padres”, y que disfrutan haciendo cosas juntos, y que se han convertido en el mejor amigo el uno del otro, y que son, además, confidentes y cómplices.

- “Preséntame gente”, me dijo.
- “No puedo. La gente que conozco no está interesada en relaciones serias”, le comenté.
- “¿Pero tu chico no tiene amigos?, ¿dónde lo conociste?”, insistió.
- “Tampoco quieren pareja. A él lo conocí en la discoteca, en una noche de farra”, le respondí, suelto de huesos.

Mi amigo no lo creía. El chico perfecto que me estaba haciendo vivir la historia de amor más intensa y romántica a mis 30 años apareció en mi vida en la pista de baile de un antro. “En la disco solo puedes conseguir puntos. Ahí no existen parejas que llegues a tomar en serio”, tecleó mi amigo en el MSN.

La conversa acabó al ratito y me puse a pensar en el tema. Hice un recuento mental de mis chapes, levantes y demás aventurillas en la disco. Eran más de 100. Valgan verdades, desde que comencé mi primera relación seria (a los 25 años) se acabaron las épocas de puterío.

Es decir, hasta los 25 años tuve un comportamiento más que libertino. Hasta que sentí que me cansé de esos placeres y me sentí a gusto en relaciones formales y serias. Por eso que en los últimos cinco años he besado solo 3 bocas y he tirado con seis hombres.

Pero aquella madrugada del domingo 30 de marzo de 2008 en el antro más conocido de San Borja fue, simplemente, mágica. Lo puedo jurar. Yo había decidido que el tiempo de “duelo” por la ruptura con mi ex había llegado a su fin. Y como estaba en pleno proceso de bajar de peso, había salido vestido en plan de cacería.

La noche prometía. Harta gente, diversión, jarras de cerveza, amigos pasando un rato muy ameno. Yo no dejaba de bailar ni una sola canción. De pronto, me percaté que ya estaba ebrio. Y el luto seguía intacto. Mi buen amigacho chila me hizo recordar el objetivo de la noche: pasarla muy bien con un chico lindo.

Pero mi radar no se encendía. Nadie me gustaba. Valgan verdades, había perdido la maña de acercarme a los cueritos. Estaba medio oxidado para ligar. No podía ser el “lanza” de antaño. Chila insistió una vez más. Solo recuerdo que le dije: “si no consigo punto hoy, me dejo de llamar Nano”. Y me fui con mi pasito tiquitiquín a la pista de baile.

De pronto, unos ojitos marrones llamaron mi atención. Por fin, ahí estaba el muchacho más lindo de la disco, para mí. Colorado, pelo lacio, corto y castaño (bueno, él dice que es rubio, ja!) y una carita de angelito caído del cielo. Lo miré. Me respondió. Me acerqué.

- ¿Bailas?, le dije tratando de recordar viejos tiempos.
- “Yo no bailo”, me dijo.

¡Plop! Pero el chote no vino solo. Sus dos buenos amigos –que dizque estaban protegiéndolo- me atajaron. “!Qué haces con mi pareja!”, exclamó uno. El otro sólo se reía con el trago en la mano. Me asusté. Di media vuelta y me fui donde mi grupo de amigachos. Tenía que ponerme a buen recaudo. No quería que una loca celosa me haga problemas.

Al rato, el mismo muchacho me fue a buscar. Yo no quería ganarme líos. Así que me mostré incrédulo. Al acercarse me aclaró que sus amigos me jugaron una broma. “Me llamo Axel y ¿tú?”. Trató de romper el hielo. Me gustaba mucho, así que me dejé llevar. Pero quería dejar las cosas claras.

- “¿Qué buscas en la disco? Yo estoy en busca de un punto”, afirmé.
- “Yo busco una pareja. ¿Y ahora qué hacemos?”, me dijo.
- “Entonces estamos en problemas… Bueno, a ver qué pasa”, le contesté y lo acompañé con sus amigos.

La pasamos bien. Yo me emborraché aún más, pero estaba conciente de todo lo que hice y dije. Recuerdo que no podía besarlo porque se había quemado los labios una semana antes en la playa. Me frustraba no poder comerle la boca.

La noche terminó. Salimos de la disco con plena luz del día y terminamos por ahí. Yo estaba tan ebrio que no podía hacer mucho, más que juguetear por doquier y dormir. Me quedé jatazo y tenía que coordinar un asunto de mi chamba al mediodía. ¡Y ya eran las 2! Salí disparado de la cama, con la resaca más fuerte de mi vida.

Antes de irme, y despedirme del quizá primer y único encuentro, Axel me miró y me dijo, ¿regresas? Creía que bromeaba. Pero al ver que no, le dije que volvía la rato. Tres horas más tarde continuamos durmiendo juntitos. Esa fue la primera demostración de confianza que tuvimos.
La magia entre nosotros se encendió desde el momento en que estando cara a cara él levantó las cejas mirándome fijamente y yo sentía el impulso incontenible de estamparle un beso. Esa magia se ha mantenido en todo este tiempo y es su arma infalible para calmarme cuando estoy molesto.

A los días comenzamos a salir y de ser un punto de disco teca paso a ser pareja formal. Me enamoré como un adolescente, por primera vez. Es decir, pensaba en las musarañas, hacía dibujitos en los papeles, pensaba mucho en lo que estaría haciendo y si estaría sonriendo, porque yo sentía que mi misión al inicio era hacerlo sonreír, porque... Dios... es hermoso cuando sonríe. Y lo gritaba a los cuatro vientos, en mis conversaciones, en el MSN. Aún recuerdo las preguntas de varios curiosos cuando puse en mi MSN la foto del conejito de porcelana que Axel me trajo de Huaraz y cuando mi nick era “Nano conociendo conejolandia” ¿Cursi? No para mí. ¿Huachafo? No me importaba, ni me importa. Me sentí feliz haciéndolo. Él se convirtió en mi conejo y yo en su osito.

Y todo comenzó en una noche de disco, sí, el antro donde antes sólo había conseguido placer al paso, y donde la mayoría de nosotros va a divertirse y a conocer chicos para pasar un buen rato. Es cierto que tuvimos suerte de coincidir ese día, pero desde entonces mi visión de las discotecas ha cambiado. Por lo pronto ya no está excluida de ser un sitio en donde puedes encontrar amor del bueno.

¿Qué opinas de la relaciones que se inician en una disco? ¿Crees que pueden tener futuro? ¿Te has enamorado en la disco? ¿Cuál ha sido el sitio menos común donde has conocido a alguna pareja?


Rihanna - Please, Don't Stop the Music

Esta canción de Rihanna sirvió de fondo a mi noche de farra, aquella vez que conocí a mi amorcito.

RBD - Empezar Desde Cero

Nunca me gustó RBD, pero este tema de RBD, que se convirtió en nuestra canción, grafica claramente que me enamoré como adolescente. =P

Pussycat Dolls - Stickwitu (Dave Aude Club Mix)
Una balada remixeada para discoteca, que forma parte del repertorio de mi historia de amor.

viernes, 19 de junio de 2009

Ampay, ¡a la fuck!


Era una típica noche de disco, diversión y más que fijo, ligue y sexo. Yo bordeaba los 22 años. Había quedado en encontrarme con algunos amigos en el Vale Todo (entonces, esa disco todavía era divertida para mí). Yo fui con alguien con quien salía por segunda vez. Bailamos unas cuantas canciones, aun la disco estaba monse.

De pronto mis ojos se clavaron en la puerta que conectaba la pista de baile con la salita de estar. Quedé en shock. Ahí estaba parado un pata que trabajaba que en el mismo diario que yo. Yo sabía que él no era gay, y que además, siempre se juergueaba en mancha con la gente de la oficina. Y, ¡oh my God!, ésta no era la excepción. Tres periodistas bien puestos estaban bailando con chicas a las que les gustaba frecuentar discotecas de ambiente. ¡Chanfle!

Pensamientos en segundos. Tramé al instante una coartada. De pronto mi “cita” y su amigo se convirtieron en los amigos con quienes esperaba a un grupo de flacas, que nos había dejado plantados. Bueno, ni yo me la creía… pero igual insistí con ese cuentazo. Despaché a mi cita. Le dije que lo llamaba luego (nunca más lo llamé) y traté de buscar una manera de salir bien parado de esa situación sin que me sintiera descubierto o “ampayado”.

- Nano, ¿qué haces por acá? ¡Ya lo sabía!, dijo M., el más “machito” de todos.
- ¿Que sabías qué? He venido con unos amigos, en mancha. He venido igual que ustedes, le contesté.
Los otros dos tipos solo esbozaban sonrisas cómplices.
- Bueno, ¿por qué no aceptas que vienes a esta disco, porque eres gay?, insistió M, mientras me palmeaba la espalda.
Yo sólo atiné a reír. Sin negar ni afirmar nada. Aún no había asimilado el hecho de ser gay en Lima.
- Mira, no tengo que aceptar nada ante nadie. A mí me gusta bailar y a mí me gusta la música que pasan en esta discoteca, refuté.

Reflexioné mientras tomaba un trago con ellos. “No me han visto bailando con ningún pata. No me han visto besando a nadie. En realidad, estoy en la misma situación que ellos, solo que no vine con chicas. En teoría, soy “inocente”. No me pueden decir que soy gay, solo por venir a bailar a esta disco. Es más, ni siquiera me han visto saludar con beso a algún amigo”.

Sonreí. De pronto, en un arranque de defensa -o de supervivencia- de mi casi inexistente heterosexualidad (lo necesario para que no me señalen como gay en la chamba), saqué a bailar a una de las chicas. Y así estuvimos unas cuantas piezas. Hasta que me di cuenta que las chicas habían ido con la intención de sangrar a sus acompañantes. Juro que sentí asco. En ese momento, me excusé y opté por zafarme, pese a que los patas me decían para hacer una “chancha” y terminar todos “por ahí”. Hice lo más sensato: irme a mi casa, refunfuñando porque me habían malogrado mi sacrosanta noche de juerga.

Al salir de la disco, caminé un rato por Miraflores. Pensaba en por qué sentía terror de que me descubrieran en una discoteca gay. Cuestionaba por qué en estas discos ya no me podía sentir libre, ni hacer las cosas sin que nadie ajeno a la comunidad G se enterara. Sentía (y aún siento) que es injusto que te obliguen a deschavarte ante otros simplemente porque te pillan en un antro.

También me felicité por haber manejado la situación mejor que en otras oportunidades. Es decir, la primera vez que me sucedió algo parecido, abandoné una discoteca casi reptando. No quería que me descubriera el hermano de una tía política, con quien luego ya nos hemos encontrado y sostenido interesantes conversaciones. En otra oportunidad le negué en su propia cara a un chico que yo era Nano. ¡Plop! A veces puedo ser muy cínico.

Cuando aún estás en proceso de asimilar todos los bemoles que trae consigo el hecho de ser gay, cuesta mucho enfrentar una situación de este tipo. A nadie le gusta que lo descubran cuando siente que lo que hace “no es lo correcto” ni “lo socialmente aceptado”.

A estas alturas del partido, la cosa es muy distinta. He aprendido muchas cosas en el camino. Para comenzar, prefiero no ir a sitios donde sé que irá gente que no es de la comunidad. Sorry, pero ahí sí soy excluyente. Las discotecas “friendly” en el fondo son truculentas, porque al final te sientes encorsetado para no comportarte como quisieras para que no te quemes más de la cuenta. Hasta ahora, soy algo escéptico de la bondad de todos los heteros “open mind”.

Si voy a un antro abiertamente gay y encuentro a alguien que conozco, no lo evado. Si estoy seguro que la situación es inofensiva, yo mismo le doy el encuentro y nos ponemos a conversar. Pero si creo que puede ser una persona que traiga problemas de cualquier índole, simplemente pongo una barrera entre él y yo; es decir, no salgo de la discoteca por la puerta trasera, pero tampoco me muestro disponible para tener una conversación amical. Lo cortés no quita lo valiente. Así que el saludo es de rigor, pero ahí nomás. Mejor cada uno en su espacio.

Tengo amigos que han tenido malas experiencias en sus trabajos por coincidir con gente que tenía la boca muy grande. También sé de casos de un profesor que se encontraba con muchachos a los que les había enseñado en una academia, lo cual le generaba un problema moral de proporciones mayúsculas, que terminaba por arruinarle la noche. Y de paso me la arruinaba a mí también, porque tenía que solidarizarme con él y nos escapábamos de la disco. Felizmente, estas situaciones ya no me complican la vida.

¿Cuál ha sido el peor “ampay” que te han hecho en algún antro? ¿Todavía te haces paltas al encontrar a un conocido en una disco de ambiente? ¿Has tenido malas experiencias de este tipo?
Stereo Sexual - Mecano

Buena rola de Mecano. Claro la situación es distinta, pero también describe lo que podemos sentir cuando otros descubren que somos gays.

martes, 16 de junio de 2009

Little A., mi mejor amigacho

Soy afortunado pues tengo más de un gran amigo. Pero el mejor de todos (y todos lo saben y no se ponen celosos) es mi querido Little A. ¿Será porque somos contemporáneos o porque somos totalmente diferentes en gustos, hobbies y personalidad?

Yo tengo una teoría. Él y yo nos hicimos amigos cuando yo entendí lo importante que fue para mí tenerlo cerca durante todo el proceso de aceptación de mi sexualidad y que el hecho de ser gay no me hace ni más ni menos que nadie.

Little A apareció en mi vida gracias al Chat. Era 1998 y recién entraba en boga el Internet y las bondades del ciberespacio. Yo siempre fui tímido. Y pensé que Little A era todo lo contrario. Vaya fiasco. Resultó ser extremadamente tímido e introvertido en todos los aspectos de su vida, menos en dos: para comer a sus anchas y para bailar como los dioses (o digo diosas).

Coincidimos en un canal de una incipiente comunidad, y una conversación llevó a la otra. Comenzaron las bromas y las llamadas, a mi casa, a su casa, al celular. Un día nos animamos a encontrarnos y conocernos. Los dos teníamos 20 años. Nervios. ¿Cómo será? ¿Será tan buena gente como parece por el Chat y por fono?

Y el día llegó. De pronto apareció una tarde. Gordinfloncito, con lentes, algo de barba y trigueño. Debo confesar que yo pensé que era de tez clara y no me gustó. Pero salimos a caminar y a conversar. Nos caímos bien. Comenzamos a salir y hasta nos hicimos “pareja” por dos semanas (cosas que uno debe vivir cuando está jovencito). Recuerdo que Little A. me dijo que un día se levantó con ganas de ya no seguir conmigo y me lo hizo saber. Luego entendería que estaba aplicando su estrategia de “prefiero hacer daño a alguien, antes que éste me haga daño a mí”.

Yo quedé confundido: alguien te dice que te quiere y a los días te dice que ya no. Cosas de muchachos, que cuesta aceptar y entender.

Tenía que pasar por algo muy fuerte que me hiciera superar ese trance y cortar todo de raíz. Y sucedió. Sábado por la noche. Little A. me llamó para invitarme a la disco con un amigo más. Yo, que no tenía planes y quería bailar, acepté. Éramos los tres confundidos en la disco repleta. Conversábamos, nos reíamos y tomábamos algo. De pronto suena una canción que me gustaba. Empiezo a bailar frente al espejo. I say a little prayer for U, de Diana King. Me concentré en la canción y en mi reflejo.

De pronto volteé la cabeza en dirección a la mesa que ocupábamos. Mis ojos se abrieron con estupor. No salía de mi asombro. Mi dizque primer amigo gay y hasta hace unos días pareja estaba besuqueándose con el otro muchacho. Entré en furia. Quería gritarles a los dos. Decirles que no me gustaba que me usaran de violinista y menos en esa situación. Sonará chistoso, pero creo que estaba en mi etapa de luto y sentí que Little A. me faltaba el respeto. Agarré mis chivas y me fui, claro no sin antes decirle a Little A. que era de lo peor y que no me llamara nunca más.

Y ese nunca más se tradujo en un año, completito. Al año, volví a llamar a Litlle A. y le dije para salir a bailar y conversar. Little A. no se la creía. Le costaba creer que yo tenía interés en hacerme su amigo, pues fueron muchas veces que lo traté mal en el teléfono. Incluso hasta una vez le dije que si quería hablar con alguien que llamara a su psicólogo.

No recuerdo bien qué tuvo que suceder para que Little A. se convenciera de mis intenciones. Lo cierto es que cuando comprendió que quería ser su amigo, se dio cuenta que las amistades de verdad son para siempre. Entonces, por fín comprendimos el significado de una promesa que se jura bajo la palabra de amigacho.

Little A. me ha enseñado tanto en la vida. Nos hemos peleado horriblemente, varias veces. Y luego nos hemos pedido disculpas. Siempre nos hemos apoyado cuando uno ha necesitado del otro. Él estuvo ahí todo el tiempo que necesité para curarme de mis heridas del corazón, cuando sentí que no podía hacerme cargo de una responsabilidad en el trabajo y cuando salí del closet en casa.

Las parejas, los amantes, los conocidos y tantos dizque amigos pasaron, tanto para él como para mí. Todo puede pasar y Little A. y yo seguiremos siendo cada vez más amigos. Claro, nunca pasó a mis parejas. Dice que siempre me alejaban de él. Pero con mi actual pareja, con quien ya nos vamos por el año y tres meses, el clic entre él y Little A. fue instantáneo, lo cual por cierto me llenó de felicidad. Por primera vez en mi vida, cuento con la “bendición” de Little A.

Él es como mi hermanito. Y sabe que no me molesta su mal humor, ni que sea antisocial, ni irónico, ni introvertido, y contreras para todos y ante todo, que sea la bitch más grande del mundo. Es más, creo que le hace feliz que alguien lo acepte sin querer que él cambie.

El ambiente gay es distinto cuando tienes una mano amiga que nunca te fallará y que te conoce tan bien que ya no necesitas decirle como te sientes ante una situación. Un amigacho puede hacer la diferencia entre un mundo gay sin paltas y un mundo de represión, culpa y remordimiento, que atormenta a tantos miembros de la comunidad (aunque jamás lo aceptarán). Como lo dicen en la película, The Broken Heart Club, no recuerdo desde cuando siento que soy gay, solo sé que gracias a mis amigos comprendí que todo estaba bien.

¿Tú tienes algún mejor amigo? ¿Cómo te ha ayudado a asumir tu condición de gay? ¿Crees que un amigo puede influir en la manera como ves tu vida? ¿Qué tendría hacer alguien para que te demuestre que es tu amigo?

Say you'll be there - Spice Girls

Esta es mi canción con Lttle A. La comparto con ustedes.